lunes, 14 de noviembre de 2022

CRONICA DE UNA PASION NARANJA el libro de Juan Carlos La Rocca

 Que bueno que con los años tengamos tiempo de escribir nuestra historia !!!. Así lo hizo nuestro compañero Juan Carlos La Rocca contando con mucho detalle una etapa importante de su vida, parte de la cual compartimos con el …. sus años en la Facultad de Ingeniería de San Juan. Y todavía mejor, se animó a escribir y publicar un libro donde cuenta muchas lindas anécdotas de juventud y de su vida adulta que siempre estuvo ligada al basquet. El libro prologado por Ringo Retamales y Oscar Velez es muy fácil de leer .. la narrativa te atrapa y no queres dejarlo.

El viernes 4 de noviembre pasado compartimos el lanzamiento del libro en sociedad. La reunión se hizo en el Museo de la Educación de Mendoza y estuvo muy emotiva. Muchos viejos jugadores de básquet, familiares y compañeros de la Facultad nos dimos cita para acompañar a Juan Carlos. Un reencuentro con muchas historias de vida. 




La mesa presentadora


Algunos de los presentes en el lanzamiento del libro


El jueves siguiente, 10 de noviembre, se hizo la presentacion en San Juan y se eligio la sede del Club Universitarios San Juan, entidad que se inició a partir de un grupo de estudiantes de la Facultad de Ingeniería donde el equipo de básquet, que se formó para participar en los torneos provinciales, fue una pieza muy importante en los inicios de esa institucion.






En San Juan el Acto fue distinto al de Mendoza pero no dejo de tener su emotividad. y nuevamente nos encontramos con los viejos compañeros de antaño.

Juan Carlos La Roca con su libro y de fondo el patito de la U la mascota del Club Universitario



Parte de los asistentes en la reunion de San Juan


A continuación transcribo la INTRODUCCIÓN que escribió el autor en la cual explica las razones por las cuales se decidió a escribir el libro


FELICITACIONES JUAN CARLOS !! Un orgullo de que formes parte de nuestro grupo INGE



Hace algunos días le pregunté a mi hermano mayor en qué fecha nos habíamos mudado a San Juan: "junio de 1956" me respondió. Saqué las cuentas y tomé conciencia de que al año que corre (2017), hace 61 años que juego al básquetbol. Más de 60 años y casi sin solución de continuidad, ya que salvo lesiones o alguna corta circunstancia de vida (dictadura mediante), nunca dejé de practicarlo, Y al afirmar esto me vienen en tropel a la memoria la multitud de compañeros, amigos queridos, conocidos, ídolos de antaño o simplemente adversarios con los que en alguna ocasión me crucé dentro de una cancha. Los que se me anticiparon y se despidieron de este mundo. Y los que perduran jugando o simplemente viviendo, ligados o no al básquetbol


Y sentí la necesidad de volcar en un anecdotario (antes de que la memoria flaquee definitivamente), ese devenir de tantos años corriendo tras una pelota hoy anaranjada, en compañía de tanta gente. Difícil recordarlos a todos. Puse manos a la obra sin tener ninguna duda de que esto que escribo es fundamentalmente para mi, mis íntimos y allegados más cercanos. Si llega a trascender ese círculo será de milagro y ojalá pudiera entretener a alguien más.


Y por qué la referencia a San Juan? Porque allí llegamos con mis padres, un matrimonio de docentes primarios del antiguo Consejo Nacional de Educación. O sea los ya desaparecidos maestros nacionales, estirpe que sucumbiera por alguna gestión "provincializadora" que se sacó de encima esta obligatoria "carga" nacional y se la endosó a las provincias. Quizás aquí podría haber comenzado la decrepitud de nuestro excelente sistema educativo primario y elemental de antaño.


 Esos padres con semejante profesión eran un poco trashumantes. Se conocieron en Esquel, provincia de Chubut, a mediados de la década del'30. Allí habían arribado ambos por distintas causas: mi padre José Nicolás ostentando el título de maestro de grado aún invicto de trabajo, oriundo de Buenos Aires y egresado de la Escuela Normal de Lomas de Zamora. Corrido de la capital por una dolencia asmática, tras un breve paso por Córdoba y entusiasmado por su amigo Carlos Siciliano ya establecido por esos lares, decidió dar ese osado paso y a los 22 años se instaló en el lejano Chubut. En Buenos Aires habían quedado sus dos hermanas solteras (en ese entonces y luego en forma perenne), mi madrina Lucia y la buena Pirucha (Maria Clelia); Juan, mi abuelo bohemio y mi abuela Falbo (siempre la nombraron por su apellido) quien falleció a poco de establecerse mi viejo en Chubut. Mi madre Cora Zulema Saqui recaló en Esquel tras la muerte de su padre, mi abuelo Carlos, también trashumante jefe de correos. Primero en Bahía Blanca de donde fue oriunda mi mamá Chichi (así le decían en familia), luego en Río Cuarto y finalmente en San Luis donde lo encontró la muerte a temprana edad y con familia numerosa integrada por: mi abuela Argentina Gazzola y sus hijos (mis tíos) Carlos, María, Raúl, China, Gringo y Toto, el menor Carlos ya casado y con hijos, docente primario, y su mujer, mi tía Chicha también docente quienes ya ejercían en la Escuela No 20 de Esquel. Y hacia allí partió mi abuela viuda con las dos hijas menores, ambas ya docentes egresadas en la Escuela Normal de San Luis con destino al lejano sur detrás de los pasos del hijo mayor. También viajaron Gringo y Toto. Ya se habían desprendido del núcleo familiar mi tío Raúl (ingresado en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral) y tia Maria, fugada a La Plata con su futuro marido (el tío Chato, llamado así por su altura escasa, obviamente).


Con los años y a la distancia cuesta entender esas decisiones de desarraigo forzoso. A otra escala, pero similar al de esos antepasados trasplantados de Europa, Asia u otros confines, que atravesaban precariamente el mundo para establecerse en regiones o países desconocidos en busca de "su lugar en el mundo" o simplemente de una oportunidad de vida. 


Éxodo parecido pero distinto, por lo dramático, al que hacen esas multitudes de jóvenes que desde remotos países africanos o asiáticos tratan de llegar por cualquier medio a Europa, dejando muchos de ellos sus ilusiones y sus vidas en esos mares a bordo de abarrotadas embarcaciones, muchas de las cuales no llegan a destino. O las multitudes de Centroamérica y México que por vía terrestre tratan de llegar a Estados Unidos, quedando muchos de ellos en el camino. 


Se establecieron mis padres en Chubut en forma separada. Mi madre en Esquel con un nombramiento como maestra de grado en la Escuela N° 20. Mi padre como maestro de grado único (los antiguos maestros rurales de zonas alejadas e inhóspitas que se ponían al frente de un grado único, dando clases para todos los niveles) en la Escuela No 76 de Cañadón Grande. Transcribo a mi padre en su discurso de despedida de la docencia al momento de jubilarse:


 Recuerdo por especial motivo la Escuela 76 de Cañadón Grande, también en el Chubut, donde hice mis primeras armas como directory donde sorbía manos llenas la auténtica soledad de mi existencia como maestro de escuela de único personal, aislado y alejado del mundo, con la sola compañía de mis alumnos rodeado de distancias en todos los horizontes.


 Fue luego trasladado a la Escuela N° 18 "Benjamín Zorrilla" del Río Corintos, en el Valle 16 de octubre en la Colonia Galesa de Chubut, a unas leguas (unos 13 kilómetros) de Trevelin y en una zona que en primavera se asemeja a la campiña que estos galeses abandonaran en su trashumancia. Ahí conoció a la joven maestra que luego fuera su esposa y mi madre Transcribo nuevamente sus recuerdos:


 Vino luego la Escuela 18, donde fundé mi hogar y junto con mi esposa, que unido al mío su destino docente, realizamos una prolongada labor de acercamiento con padres y vecinos que arrimó sinceros e inolvidables amigos: Egrwin Williams, el joven letrado de la Colonia; Bob Roberts, el bajo del Coro Galés: Domingo Bascour, el chileno sabihondo y vecino; Llwin Williams el inconformable, y tantos otros que alegraban la escuela en las sencillas fiestas en las que se reunía toda la comunidad. O más aún cuando reunidos en el cementerio del lugar, frio y agreste el que más, despedían a los seres queridos con cánticos hondamente emotivos que el viento implacable desparramaba por todo el valle


 Esta cita describe ese tan particular ambiente docente, donde por el lado de los alumnos se mezclaba la tradición tehuelche de niños y niñas de pelo negro lacio e hirsuto, con blondas melenas y ojos celestes y tonadas diversas, reflejadas en alguna fotografia donde veo a mi padre dentro de su blanco guardapolvo, rodeado de chicos de esa contradictoria descripción.


Esa escuela trascendió en la historia al ser sede de un plebiscito donde la comunidad galesa optó por la nacionalidad argentina en un diferendo de límites entre Argentina y Chile, arbitrado por la Corona en el que ambos países estuvieron representados. Quien asumió esa responsabilidad por el lado argentino, fue el Perito Moreno. Hoy por tal razón dicha escuela es considerada Monumento Histórico Nacional y conocida como la "Escuela del plebiscito".


 Sigue mi padre:


 Después de diez largos años, dejamos las soledades patagónicas cuyo clima inclemente dejó hondas huellas en nuestra salud llegando a las hospitalarias tierras mendocinas, en compañía de dos hijos y una carga de experiencias que fructificaron en la Escuela N° 73 de Molino Orfila (San Martín, Mendoza) en un lapso de once años de labor docente (como director mi padre y como maestra mi madre).

La referencia es a mi hermana Cristina y mi hermano Horacio, nacidos en tierra chubutense, el último en la misma escuela en mayo de 1942. El ciclo patagónico supo de nuestros entusiasmos juveniles y nos dio un cúmulo de conocimientos, que permitió la lectura constante y sin medida con que combatimos la soledad


 Ya en San Martín a un año de establecidos, me tocó a mí llegar a esta familia el 5 de febrero de 1947 y comenzar a recorrer esto que llamamos vida con el ADN que marcó en mi familia todo lo anterior, descripto sucintamente en esta introducción.








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